Me llamo Mike, tengo 35 años, esposa y dos hijos, y soy un reconocido directivo de una de las empresas de bróker más importantes de Wall Street. Lo que la gente conoce por felicidad es mi día a día, o eso creo yo. Familia unida, coche de lujo, apartamento en el centro de Nueva York, vacaciones en Bali, champagne de tres cifras, fondo de armario de Hugo Boss y Versace, cenas en restaurantes de varios tenedores (de esos que tienes que merendar antes de ir para no quedarte con hambre), y un sinfín de lujos que hacen que mi vida sea, teóricamente, más placentera. Me considero una persona sociable, amable, competente, eficaz, risueña, extrovertida y entusiasta ( bueno, eso realmente era el Mike de hace un año atrás, antes de no poder cerrar con éxito por motivos ajenos a mi capacidad y voluntad, una operación que costó a la empresa unos cuantos miles de dólares).
Ahora, un año después, tengo ansiedad y me paralizan los miedos a fracasar como profesional, como marido y como padre. No duermo por las noches, mi cabeza no para de recordarme todas las cosas que he hecho mal durante el pasado, incluso, poniendo en duda todas las habilidades y competencias profesionales que me han llevado a ostentar el cargo profesional en el que estoy. Tengo taquicardias, me sudan muchísimo las manos, sequedad de boca, las actividades que antes me resultaban placenteras y para desconectar del estrés de la semana ya no me ayudan en nada (al revés me ponen más nervioso), a veces me mareo, cada vez me cuesta hablar más en público, en las reuniones, estoy teniendo problemas musculares por todo el cuerpo debido a la tensión que me provoca la ansiedad, cada vez estoy más irritable, cada vez va a más, y no consigo controlarlo. Como es normal, mis amigos y mi cuñado, con toda la buena intención me recomendaron mil cosas que hacer para intentar mejorar, como todo tipo de deportes (natación, artes marciales, pádel, golf, running, triatlón), nuevas actividades de ocio, acudir a coaching de fin de semana y profetas de la felicidad, pero ha pasado ya un año y sigo estando igual, pero con menos dinero.
El caso de Mike podría extrapolarse a cualquier persona de nuestro alrededor, que buscando la tan ansiada felicidad, bien sea con bienes físicos o cultivando estados emocionales placenteros, no son capaces de sentirse bien consigo mismos. Todo esto, provocado o no, por algún suceso interno o externo estresante, donde la propia persona sufre malestar o algún tipo de emoción “desagradable”, facilitando así, la llegada de la tan temida ansiedad y los miedos derivados de esta.
Para entender de donde proviene esa incasable sintomatología ansiosa que no desaparece ni realizando actividades que antes le resultaban agradables, es necesario echar la vista unos cuantos miles de años atrás para comprender porque nuestro querido Mike por mucho que se obsesione en controlar su ansiedad su sintomatología actual no presenta ningún tipo de mejoría.
¿Os imagináis que en la época del paleolítico/neolítico los “Homo Erectus, Homo Neanderthalensis y compañía” no hubieran experimentado ningún tipo de miedo a la hora de enfrentarse a cualquier animal depredador para conseguir comida para subsistir o directamente para no ser devorado por este? Pues ya nos lo dice la evolución humana, seguramente ni yo estaría escribiendo esto, ni por consiguiente tu leyéndolo.
Desde esos tiempos, nuestro cerebro ha sido diseñado para hacernos subsistir por encima de todo, y gran parte de culpa la tiene una región del cerebro llamada Amígdala (si, es una región del cerebro diferente a las amígdalas que se nos inflaman cuando tenemos dolor de garganta). Esta estructura cerebral, es la encargada de provocarnos la sensación de miedo. Una vez la amígdala da la señal al cuerpo de que estamos delante de un estímulo que ella interpreta como peligroso para nuestro bienestar o supervivencia, en este caso el mamut, activa la respuesta motora del miedo, que es lo que se conoce en la psicología como el “fight or fly” (lucha o vuela). Es aquí donde nuestro querido Homo Erectus ha de tomar una decisión en unas milésimas de segundo: enfrentarse al depredador para matarlo y así conseguir comida y subsistir, o por el otro lado correr y escapar para también salvar su vida. Como es normal, esa sensación de peligro constante no es agradable ni placentera para nuestro antepasado, pero si necesaria para avisarnos de que nuestro organismo corre peligro y que hay que poner todos los recursos y fortalezas personales disponibles para hacerle frente.
¿Os imagináis que estáis en una obra de teatro y entran dos terroristas armados hasta los dientes y no experimentáis ningún tipo de miedo? Si no tuviésemos esa reacción biológica de supervivencia “fight or fly” ¿creéis que tendríamos más probabilidades de sobrevivir o menos?Pues con toda seguridad muchas menos, porque nuestro cuerpo no se prepararía, segregando adrenalina, aumentando la presión arterial y la tensión muscular (entre otras muchas cosas) para buscar una salida lo más rápidamente posible y salir corriendo, evitando así ese estímulo que representa una amenaza para nuestra persona. Pues bien, esa activación de la amígdala desencadenando el miedo es la que nos ha hecho sobrevivir y desarrollarnos como personas hasta el día de hoy.
Así pues, nuestra mente ha sido programada para la supervivencia, y para evitar dentro de la medida de lo posible, mediante la emoción del miedo y por consiguiente la conducta de evitación o enfrentamiento, todas las situaciones que nos produzcan dolor o malestar. En el caso de nuestro amigo Mike, vemos que le está pasando algo parecido al homo Erectus hace unos cuantos miles de años. Al igual que a este último, su cerebro le avisaba de una forma racional y objetiva para que estuviera alerta de todos los estímulos que pudieran suponerle una amenaza para la subsistencia, a Mike su cerebro le está alertando, pero en este caso, de forma totalmente irracional sobre unos estímulos que, objetivamente, no representan ningún tipo de amenaza para su supervivencia.
A nuestro querido ejecutivo se le activa esta señal de alarma, a raíz del malestar experimentado por el anterior episodio con la operación financiera y para evitarlo, su cerebro le está alertando de todas aquellas situaciones o estímulos externos que representan “teóricamente” una amenaza para su bienestar psíquico mediante pensamientos negativos del tipo “no voy a ser capaz”, “me va a volver a pasar” “siempre estoy igual” o “ nunca lo voy a solucionar” y respuestas fisiológicas como taquicardias, la ansiedad, y la sequedad de boca. Es una reacción totalmente automática y biológica que intenta por todos los modos evitar que la persona vuelva a experimentar algún tipo de malestar o sufrimiento.
El problema de esta señal automática, es que después de algún suceso donde la persona ha experimentado un malestar significativo, y para intentar no volverlo a padecer, esta se activa mediante estímulos totalmente neutros, es decir, sin ningún tipo de repercusión negativa para el individuo (hablar en público, argumentar sobre un tema, llevar a cabo una tarea por muy cotidiana que sea o por muchas veces que ya la hayamos realizado con éxito…), y además, por creernos “al dedillo” todos estos juicios en forma de pensamiento sobre nosotros mismos.
De esta forma, y como es normal, el cerebro le dicta a nuestro cuerpo que intente evitar, tan rápido como sea posible esos estímulos (fly), o por el contrario ponerse a argumentar o a discutir (fight) contra ese malestar que le provocan los pensamientos de “no voy a ser capaz”, “no voy a poder”, “no veo solución” o “porque me siento así”, intentando así, evitar esa sintomatología ansiosa que tanto interfiere en la calidad de vida de nuestro colega Mike. Y así, es como nuestro querido alto ejecutivo, se encuentra totalmente bloqueado en un bucle por una ansiedad creada debido a unos juicios o pensamientos, que no es nada más ni nada menos que una respuesta exagerada e irracional de una función de supervivencia del organismo.
Muchas de las personas que tenemos a nuestro alrededor, o incluso nosotros mismos, nuestro tan racional y querido cerebro puede ser que en numerosas ocasiones nos esté jugando una mala pasada emitiendo esa serie de pensamientos del tipo “no me va a salir bien o no voy a ser capaz”, para supuestamente intentar protegernos de un hipotético sufrimiento. Pero realmente, lo que nos estamos perdiendo es un sinfín de experiencias y situaciones enriquecedoras malgastando nuestra energía y tiempo en huir de esas situaciones o evitar esos pensamientos para escapar o confrontar ese tan temido malestar.
Pero después de todo, ¿Los pensamientos y juicios que formula nuestro cerebro siempre son reales? ¿la reacción del organismo derivada del miedo, como por ejemplo la ansiedad y el aumento del riego sanguíneo que provoca esta emoción, es mala y hay que evitarla a toda costa?, o ¿simplemente, es que no nos han enseñado a gestionarla porque siempre nos han enseñado que el miedo y el sufrimiento hay que evitarlo? ¿Porque hemos aprendido a funcionar con el bienestar y no con el malestar? Cerrad los ojos y por un momento imaginaros al homo Neanderthalensis enfrentándose a una manada de animales depredadores sin ningún tipo de miedo y sin ningún tipo de sufrimiento. Con toda seguridad, tu y yo no estaríamos en este mundo sin ese miedo que es lo que ayudó a nuestros antepasados a enfrentarse o a huir de estos animales.
Igual que un juez se puede equivocar emitiendo una sentencia, o un médico emitiendo un diagnóstico, reflexionemos si cabe la posibilidad de que nuestra mente también este emitiendo juicios sobre nosotros mismos en forma de pensamientos equivocados. Aprendamos pues, a distinguir y a distanciarnos de esos pensamientos irracionales que tanto nos están apartando de nuestros objetivos y valores como personas.
Pere Grimalt
Psicólogo cv12295 General Sanitario y Especialista en adicciones.